lunes, 22 de junio de 2009

Nouveau

Martini había pasado ya diez minutos observando la puerta de su nuevo departamento.
Emocionado, nervioso, pero extremadamente feliz, permanecía inmóvil frente a la puerta. Un mundo nuevo le esperaba del otro lado. Volvió en si, salió del transe en que estaba inmerso. Recordó en que bolsillo había dejado las llaves. Palpó el bolsillo derecho y se acometió a abrir la puerta. El simple movimiento de la hoja de madera brillosa significaba el comienzo de una nueva etapa en la vida de Martíni. “Todo tiene que ser perfecto esta vez” pensó al mirar dentro.
El aire de lo nuevo lo golpeó en la cara. La luz de las paredes blancas casi lo enceguece. El brillo de el piso perfectamente plastificado lo hipnotizo, y el color vivazmente rojo del sillón recién comprado le recordó al planeta Marte. Los muebles permanecían perfectamente lustrados, los vidrios en las ventanas se mostraban invisibles. Martíni respiró hondo.
Luego de escudriñar cada centímetro del departamento, Martini recordó que había dejado su pequeño bolso, con algunas mudas de ropa para sacarlo del paso hasta que termine la mudanza, en el hall. Se dirigió hacia el, se agachó a buscar el bolso y cuando volvió a entrar observó algo que lo privó de pisar el parqué nuevamente. Donde el había estado parado había quedado una huella negra de algo parecido al barro en medio de ese oasis de perfecto plastificado. Recordó la lluvia y culpó en voz alta a su hermana quien no le dejó comprar esa alfombrita de “bienvenidos” para limpiarse los pies antes de entrar. Con la intención de no seguir esparciendo mas manchas decidió sacarse los zapatos y dejarlos fuera.
Fue descalzo hasta la cocina pues recordó que en un armario había un par de escobillones y afines. Lo tomó apurado y rápidamente auxilió al piso sucio.
Al terminar su tarea sintió alivio. Quiso apoyar el escobillón contra una pared, pero cuando iba a dejar que el la punta del mango se encontrara contra la pared un pensamiento terrible lo detuvo: “Si lo apoyo contra la pared va a dejar una marca”. Decidió volver a la cocina y guardarlo en su lugar.
De vuelta en la puerta de entrada tomó el bolso y se dirigió a su habitación. Decorada a su gusto y “piaccere” gracias a su constante vigilancia sobre el decorador que le habían recomendado unos amigos. Allí en su habitación nueva, disfrutó de la madera suavemente lustrada, la colcha abrazando la cama, del suave paisaje generado por la esponjosa alfombra.
Martini quiso largar las llaves sobre la mesita de luz, artesanalmente creada por un ebanista muy recomendado. Había utilizado la más fina madera, a pedido de Martini claro. Cuando las llaves caían con rumbo directo a la mesa, una imagen de madera rayada cruzó la mente de Martini como un relámpago. Pudo ver los surcos en la hermosa madera como a través del mas complejo de los microscopios, observó inmóvil como el metal rasgaba salvajemente la fina y delicada piel de la mesa. El tiempo se detuvo y Martini atinó a atajar las llaves en el aire. Palpó sus bolsillos nerviosamente, hasta que dió con el que guardaba su pequeño pañuelo de tela. Lo colocó sobre la mesa y delicadamente dejó las llaves sobre el.
Cansado por el stress normal de una mudanza Martini se dispuso a desplomarse sobre la cama, pero su mente fue invadida por imágenes terribles. La mugre de sus ropas semi-húmedas por la lluvia invadiendo el inmaculado tejido blanco de su colcha nueva lo aterrorizaron. Decidió privarse del descanso e ir al baño a cambiarse de ropa. En el baño la inmutable perfección de cada azulejo correctamente colocado lo dejó atónito, la cortina del baño diáfana lo maravilló, y ese intrincado espejo antiguo, que le había regalado su padre, multiplicó su asombro infinitas veces. “Un buen baño caliente me ayudaría a relajarme” pensó. Prosiguió a quitarse las ropas. Estiró su brazo para tomar la canilla del agua caliente y las imágenes cayeron como el agua de la ducha, el vapor empañando el espejo, el agua abriéndose paso entre las juntas de los azulejos. Martini volvió a desistir. Lentamente se cambio la ropa y salio del baño.
Descalzo recorrió el resto de la casa. Llego al living y sus ojos no pudieron evitar posarse en el sillón rojo. Con almohadones gordos y acolchonados parecía llamarlo. Martini decidió descansar en el. Cuando estuvo a punto de posar su ser en el sillón varias imágenes fulminaron su mente con rapidez. Vió la tela del tapizado crujir, las fibras de algodón romperse, el relleno aplastarse bajo su cuerpo, lo estaba viviendo como desde adentro de los almohadones. La visión horrorizante lo paralizó. Nuevamente abandono su empresa. Sus cavilaciones con respecto al sillón se vieron interrumpidas por el estrepitoso sonido del portero eléctrico, “los de la mudanza” pensó.
La gente de la mudanza traía el televisor, la heladera , el lavarropas y unas cajas con libros. Corrió a la cocina donde estaba el portero eléctrico. El piso de cerámico le devolvió su imagen perfecta. Martíni le indicó a la gente de la mudanza que subieran por el ascensor de servicio. Abrió la puerta y los esperó. Escuchaba subir al ascensor pesadamente a través del hueco. El elevador se detuvo violentamente en el piso donde vivía Martini. Dentro del ascensor había un hombre desgarbado.
- ¿Donde lo dejo jefe?- dijo el hombre detrás del televisor.
– Déjelo que yo me ocupo.- dijo Martini y rápidamente preguntó preocupado- ¿Donde están los demás?-
-Están subiendo señor, tuvimos que usar los dos ascensores .
La cara de Martini se desfiguro. Las imágenes se sucedían velozmente, podía ver como el pesado lavarropas se apoyaba en el piso del hall, veía como el enorme artefacto marcaba para siempre la superficie, como las cajas polvorientas dispersaban partículas sucias por todo el hall. Corrió a la puerta principal, casi en el mismo instante que llegó los hombres se disponían a bajar del ascensor
-¡Dejen todo ahí!- grito desesperado
- No se preocupe que nosotros le entramos la cosas-
De nuevo lo atacaron las imágenes, vio la mugre acumulada debajo de la heladera como si fuera parte de ella. Sintió el calor del televisor encendido manchando la pared blanca, podía ver como la pintura se volvía negra milímetro a milímetro
- ¡No!- se detuvo un segundo y más calmo completó – Dejen todo ahí yo me encargo. Gracias- de su bolsillo izquierdo saco un puñado de billetes que dió a uno de los hombres. Solo quería que se vayan.
Una vez solo en la casa, Martini disfrutó del silencio. Disfrutó de cada una de las partes de la casa, así como estaban, vírgenes, inmaculadas. Todavía sin usar. No pudo evitar imaginarlas usadas, gastadas, golpeada por el paso del tiempo, maltratadas por los hábitos desagradables que el tenía, por el descuido que genera la costumbre.
Con aire de resignación camino hacia la habitación. Delicadamente tomó las llaves, se dirigió a la puerta del hall. Se paró entre las cajas, el lavarropas y la heladera, cerró la puerta y dejó que el oscuro hueco del ascensor se devore las llaves.

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