miércoles, 17 de junio de 2009

Un extraño

Sara dejó de sonreír. Quizás por el panorama descubierto solamente hace unos segundos. Vuelvo rápidamente en mi mente a ver la imagen que se acaba de quemar en mi cerebro. Franco y Sara juntos. Desnudos sobre mi cama. Ensimismados en su frenético amor. Los dos sobresaltados intentan dar explicaciones. No las escucho. Estoy sordo. ¿O solo no quiero escuchar? Vuelvo a ser niño, terco, cerrado en su propio mundo, lejano a las explicaciones vacías y condescendientes de los adultos. De repente me envuelve un extraño parecer. Estas dos personas, dueñas indiscutidas de mi entera confianza, la habían ultrajado. Por unos segundos detengo mi mirada sobre el rostro de Sara y el cariño me acaricia el rostro. Casi ausente de la escena, solo puedo mirarlos mientras se visten nerviosamente. Observo a Franco tener fijada la cara en la ventana. Sé que no puede enfrentar mi mirada. Sigo sordo a los llantos de Sara. Sordo a sus disculpas. Sólo escucho mi voz dentro de mi mente.
Sara está gritando, no entiendo por qué. Franco parece estar ajeno a sus gritos. Lo veo arrodillarse ante mí. Suplica pero sigo sin escucharlo. Mi indiferencia debe estar alterándolos. No pronuncié una palabra desde que abrí la puerta de mi habitación. Casi como ajena, mi mano derecha toma la jarra de vidrio que Sara había comprado para decorar nuestra mesa, que según ella, era “triste” sin nada encima. Con fuerza la jarra golpea la cara de Franco. Permanezco impávido ante su caída al suelo y la sangre. Los gritos de Sara se oyen como si vinieran desde muy lejos. Un ardor me recorre el brazo, creo que algunos vidrios me lastimaron la mano. En la ventana detrás del cuerpo semidesnudo de Sara observo a un transeúnte, que sin darse cuenta miró hacia dentro de la habitación pero rápidamente se alejó silbando por lo bajo, sin darse cuenta de que fue testigo de un acontecimiento de aquellos que llenan las páginas de los diarios quizás.
De pronto, parado ahí frente a las súplicas mezcladas con llantos de Sara, el cuarto me pareció extrañamente tan vasto como claustrofóbico. Siento que Sara intenta tomar mi brazo, pero es víctima de mi puño cerrado. Lleno de dolor, de furia, pero carente de razón. Doy con la sensación que buscaba en medio de tanta confusión: Un extraño vive detrás de mis ojos.

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